martes, 21 de abril de 2015

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER -Tú no eres mi hija-


No; ya no lo soy, he encontrado otro padre todo amor para los suyos, un padre a quien vosotros clavasteis en una afrentosa cruz y que murió en ella por redimirnos, abriéndonos para una eternidad las puertas del cielo. No, ya no soy vuestra hija, porque soy cristiana y me avergüenzo de mi origen. Al oír estas palabras, pronunciadas con esa enérgica entereza que solo pone el cielo en boca de los mártires, Daniel ciego de furor se arrojó sobre la hermosa hebrea y, derribándola en tierra y asiéndola por los cabellos, la arrastró, como, poseído de un espíritu infernal hasta el pié de la cruz, que parecía abrir sus descarnados brazos para recibirla. Exclamando al dirigirse a los que la rodeaban. Ahí os la entrego; haced vosotros justicia de esta infame. Que ha vendido  su honra, su religión y sus hermanos. Las celosías del morisco de Sara no volvieron a abrirse, ni nadie vió a la hermosa hebrea recostada en su alféizar de azulejos de colores.

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