Caminé largo rato despacio. Me sentía libre, seguro entre los labios que en ese momento me pronunciaban con tanta felicidad. La noche era una jardín. Al cruzar una calle, sentí que alguien se desprendía de una puerta. Me volví, pero no acerté a distinguir nada. Apreté el paso. Unos instantes después percibí el apagado rumor de unos huaraches sobre las piedras calientes- No quise volverme, aunque sentía que la sombra se acercaba cada vez más. Intenté correr. No pude. Me detuve en seco, bruscamente. Antes de que pudiese defenderme, sentí la punta de un cuchillo en mi espalda y una voz dulce: No se mueva, señor, o se la entierro. Sin volver la cara pregunté ¿ que quiere? Sus ojos –contestó la voz suave casi apenada. ¿ Para qué le servirán mis ojos? Mira tengo un poco de dinero. Te daré todo lo que tengo, si me dejas no vayas a matarme. No lo mataré, Es un capricho de mi novia. Quiere unos ojos azules-No son azules, sino amarillos. Bien sé que los tiene azules. No se haga el remilgoso. Dé la vuelta . Era pequeño y frágil. El sombrero de palma le cubría medio rostro. Alúmbrese la cara. Encendí y me acerqué la llama al rostro. Él apartó los parpados. No podía ver bien. La llama me quemaba los dedos.¿ Ya te convenciste¿ No los tengo azules. –Pues no son azules señor. Dispense. Al día siguiente huí de aquel pueblo.
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