martes, 8 de marzo de 2016

ELOY SÁNCHEZ ROSILLO

Van pasando los meses muy despacio, Hace ya casi un año regresé contra mi voluntad, porque no tuve otro remedio desgraciadamente- a la casa paterna, y cada día es una eternidad: no avanza el tiempo cuando no hay esperanza y respiramos en el  dolor y el tedio. Tal vez nunca vuelva a salir de aquí. Ni mi menguada bolsa ni las miserias indecibles que padece mi  cuerpo- por no hablar de las constante oposición que muestran los míos a que parta- me consienten pensar de nuevo en irme. Quedó lejos el mundo; aquellos días de Florencia, de Pisa, en que creí ser para siempre un hombre libre al fin. Entre los muros de este viejo palacio ineludible me debato en la angustia, maldiciendo el aciago destino que se opone a todos mis afanes. Nada tengo, pues me es ajeno cuanto me rodea en este pueblo infame en el que nadie quiso nunca- ni pudo comprenderme. Tan solo la solícita presencia de mi querida hermana que es acaso igual a mi en desdichas- me procura desagravio y refugio, algún consuelo en esta soledad. Más no es bastante. Soy un muerto que alienta. Si la vida dura en verdad bien poco. Es un fulgor muy intenso que cesa de repente cuando acaban los años juveniles. Después en apariencia, el existir prosigue. Peo no, no es ya la vida lo que está sucediéndonos, y somos en esta nada póstumos testigos de un simulacro triste. Nos quedamos entonces sin presente y sin futuro; todo lo que acontece nos remite al pasado, a la antigua llamarada. Mi juventud se fue. Canta el verano inútilmente en torno a mi dolor. Un día más de Agosto que termina. Ha caído la noche. Desde el cielo mira la compasiva luna llena. Sobre el hondo silencio de los campos tiembla la luz de las constelaciones. A mi memoria acuden las imágenes del ayer. El recuerdo me depara la extraña flor de la melancolía.

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