miércoles, 10 de junio de 2015

MARK TWAIN (El hombre que corrompió a Hadleyburg)

Al menos la gente de la  ciudad pensaban que daban una impresión, pero la idea  pudo haber surgido de que sabían de que aquellas señoras nunca antes habían vestido aquellos vestidos tales ropas.

El saco de oro estaba sobre una mesita en la parte delantera del estrado donde todo el mundo pudieras verlo. La mayor parte de los presentes lo miraban con un interés ávido, un interés de hacerse la boca agua, un interés melancólico y lastimoso; una minoría de diecinueve parejas lo contemplaba con ternura, con cariño, con afán de posesión, y la mitad masculina de esta minoría  se dedicaba a repetir en su fuero interno los pequeños conmovedores e improvisados discursos de agradecimiento por los aplausos y felicitaciones que el público en seguida les iba a brindar tras ponerse en pié. De vez en cuando uno de ellos sacaba un pedazo de papel del bolsillo de su chaleco y lo miraba a hurtadillas para refrescarse la memoria. Desde luego el murmullo de la conversación no cesaba, como siempre;  pero al final cuando el reverendo señor Burgess se levantó y puso la mano en el saco, pudo escuchar el vuelo de una mosca de tan callado que quedó el lugar.

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