jueves, 14 de abril de 2016

Bien le pareció el soneto a Camila...

Bien le pareció  el soneto a Camila, pero mejor a Anselmo; pues le alabó, y dijo que era demasiadamente cruel la dama que a tan claras verdades no correspondía. A lo que dijo Camila. Luego ¿todo aquello que los poetas enamorados dicen es verdad ?  En cuanto poetas, no la dicen respondió Lotario;  más en cuanto los enamorados siempre quedan tan cortos  como verdaderos. No hay dudas de eso replicó Anselmo, todo por apoyar y  acreditar  los pensamientos de Lotario con Camila tan descuidas del artificio de Anselmo como ya enamorada de Lotario. Y  así con  el gusto que de sus cosas tenia, y más teniendo por entendido que sus deseos y escritos a ella se encaminaban, y que ella era la verdadera glori, le rogó que si otro soneto o otros versos sabia, lo dijese. Si, sé respondió Lotario, pero no0 creo es tan bueno como el primero, o, por mejor decir, menos malo. Y podréislo bien juzgar, pues es este.
Yo sé que muero; y si no soy creído
es más cierto el morir, como es más cierto
verme a tus pies, ¡ Oh bella ingrata, muerto.
Tambien alabó este segundo soneto Anselmo como había hecho el primero, y de esta manera iba añadiendo eslabón a eslabón a la cadena con la que se enlazaba y trababa su deshonra , pero cuando más Lotario  le deshonraba entonces le decía que estaba más honrado; y con esto, todos los escalones que Camila bajaba hacia el centro de su menosprecio, los subía  en opinión de su marido, hacia la cumbre de la virtud y de su  buena fama.
CARMEN MARTINEZ GAITE- Tampoco lo sabía Sara Allen, una niña pecosa de diez años que      vivía con sus padres en el piso catorce de un bloque de viviendas bastante feo. Brooklyn adentro. Pero lo único que sabía que en cuanto sus padres sacaban la bolsa negra de la basura, se lavaban los dientes y apagaban la luz, todas las luces del mundo le empezaban a  ella a correr por dentro de la cabeza como una rueda de fuegos artificiales. Y a veces le daba miedo, porque le parecía que la fuerza aquella la levantaba en vilo de la cama y  que iba a salir volando por la ventana sin poderlo evitar.
Su padre el señor Samuel Allen, era fontanero, y su madre la señora Vivian Allen, se dedicaba por las mañanas a cuidar ancianos en un hospital de ladrillo rojo rodeado por una verja de hierro. Cuando volvía a casa, se lavaba cuidadosamente las manos, porque siempre le olían un poco a medicina, y se metía en la cocina a hacer tartas.
La que mejor le Salía era la de fresa, una verdadera especialidad. Ella decía que la reservaba para las fiestas solemnes, pero no era verdad, porque el placer que sentía al verla terminada era tan grande que había acabado por convertirse en un vicio rutinario y siempre encontraba en el calendario o en sus propios recuerdos alguna fecha que justificase aquella conmemoración. Tan orgullosa estaba la señora Allen de su tarta de fresa que nunca le quiso dar la receta a ninguna vecina. Cuando no tenia más remedio que hacerlo, porque le insistían mucho, cambiaba las cantidades de harina o de azúcar para que a ellas les saliera seca y requemada.
Cuando yo me muera le decía a Sara con un guiño malicioso, dejaré dicho en mi testamento dónde guardo la receta verdadera, para que tú la puedas hacer la tarta de fresa a tus hijos.

Sara había aprendido a leer ella sola cuando era muy pequeña, y le parecía lo más divertido  del mundo.
Ha salido lista de verdad decía la abuela Rebeca. Yo no conozco a ninguna niña que haya hablado tan clarito como ella, antes de romper a andar. Debe ser un caso único.
Si, es lista- contestaba la señora Allende-, pero hace unas preguntas muy  raras; vamos que no son normales en una niña de tres años.
¿Por ejemplo que?
Que qué es morirse, ya ve usted. Y que qué es la libertad. Y que es casarse. Una vecina mía dice que a lo mejor habría que llevarla a un psiquiatra.
La abuela se reía.
¡Déjate de psiquiatras ni de tonterías por el estilo!
A los niños lo que haya que hacer es contestarles a la pregunta, y si no lo quieres decir la verdad, porque  a lo mejor no sabes tú misma lo que es la verdad, pues les cuentas un cuento que parezca verdad. Mándamela aquí, que  yo en eso de lo que es casarse y lo que es la libertad la puedo espabilar mucho.
¡Válgame Dios cuando hablará usted en serio, madre ¡No sé a que edad va a sentar la cabeza.- Yo nunca, sentar la cabeza debe de ser aburrido. Por cierto haber si me mandas a Sara algún domingo, o la vamos a buscar nosotros, que Aurelio la quiere conocer.
Aurelio era un señor que por entonces vivía con la abuela. Pero Sara nunca lo llegó a ver, sabia que tenia  una tienda de libros, y juguetes antiguos, cerca de la Catedral de San Juan el Divino, y a veces le mandaba algún regalo por medio de la señora Allen. Por ejemplo un libro con la historia de Robinson Crusoe al alcance de los niños, otro con el país de las Maravillas y otro de Caperucita roja-
Isabel Allende­-  Actos indecente en un lugar público- determinó enfático el inspector. No había público.-Pedro quiso quitarme el vestido, pero no pudo desabrocharlo. Esos botoncitos son imposibles desabrocharlos, ¿sabe?
¿Vas a decirme que seguían volando como moscas?
Así mismo. Una vez que recorrimos todas las salas y nos metimos dentro de las pinturas y nos bebíamos los colores  y jugamos en el laberinto y bailamos con lindas esculturas, entonces aterrizamos.
¿Donde exactamente?- quiso averiguar Aitor Larramendi-
¡Qué se yo! El mastín de Bilbao suspiró la muchacha tenia menos cerebro que un pollo. Volvió al cuartel donde Pedro Berastegui, todavía esposado, bebía café y comentaba el escándalo del Papa con dos detectives de turno. Larramendi no era partidario de confraternizar con los detenidos, porque se perdía autoridad y se violaba el reglamento. Después de arrebatarle el vaso de cartón de las manos, condujo de un ala al joven rumbo al cuarto verde de los interrogatorios. .
Así que no le preguntaste el nombre a la chica- lo espetó, retomando sus preguntas donde las había dejado horas antes.
No hubo tiempo para mucha conversación, estábamos algo ocupados ¿sabe?
Haciendo el amor como perros- lo interrumpió el inspector.
Como ángeles diría yo.
Como un par de enajenados en pelotas.
Yo si, lo admito, pero ella tenia puesto el vestido y estaba cubierta por sus cabellos sueltos. ¿Vio que lindo pelo tiene ¿Pura seda, como de muñeca. Ahórrate las metáforas. Berastegui. ¿Como desconectaste las alarmas y los televisores? Yo no toqué ninguna cosa. En ese museo pasan cosas raras. Mi tío el cojo hermano de mi madre, tuvo que ir  a reparar el ascensor la noche del Viernes Santo y dice que con sus propios ojos vio a una estatua moverse.

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