sábado, 23 de abril de 2016

Heinich B”oll

 – Oía a mi patrona, que molía café en  la cocina, oía la suaves y amables amonestaciones que le hacia a su hija pequeña … y seguías teniendo ganas de meterme otra vez en la cama y cubrirme la cabeza con el edredón, volví a recordar lo bonitas que antes eran las cosas en la residencia de aprendices había aprendido a torcer la boca de un modo tan lamentable, que el director, el padre Dericha, me hacia llevar a la cama té y un calentador, mientras los demás bajaban  a desayunar,  volví a sumergirme en el sueño y no me despertaba hacia las once, llegaba la mujer de la limpieza a hacerlos dormitorios. Se llamaba Wietzel y yo tenia miedo a la dura mirada de sus ojos azules, miedo a la honradez de sus manos fuertes , y mientras hacia las camas y dobla las sábanas evitando mi cama como la de un leproso me lanzaba por enésima vez aquella amenaza, que Aun hoy me suena en los oídos de un modo terrorífico- No serás nunca nada… no llegaras a nada.
 Y su compasión cuando murió mi madre y todos estaban amables conmigo, su compasión era para mi todavía peor. Pero cuando después de la muerte de mamá, volví a cambiar de oficio y de puesto de trabajo, y de nuevo anduve  rondando por la casa durante muchos días, hasta que el Cura  hubo encontrado un nuevo ,lugar par mi- yo pelaba patatas  o paseaba por los corredores con una escoba en la mano , entonces su compasión volvió a esfumarse, y cada vez que me veía,  me lanzaba su profecía.
No serás nunca nada… 

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