sábado, 23 de abril de 2016

MADAME BOVARY (Gustave Flaauvbert)

El placer para él desconocido, de la independencia, le hizo muy pronto llevadera la soledad. Ahora podía cambiar  las horas de las  comidas, entrar y salir sin dar explicaciones y cuando se hallaba fatigado  tumbarse a la larga en su lecho. Así, pues aceptó los mimos y consuelos que le prodigaban-Por otra parte, la muerte de su mujer no le había venido muy mal para su  profesión, porque durante  un mes no se había oído otra cosa que- Pobre joven ¡que desgracia! Todo el mundo le compadecía. Su nombre se había extendido, su clientela había aumentado y además iba a Bertaux cuando se le ocurría.. Tenía una esperanza sin objeto, una vaga felicidad, y hasta encontraba su semblante más agradable al cepillarse sus patillas ante un espejo. Un día llegó a las tres a Bertaux, todo el mundo se hallaba en el campo. Entró en la cocina, pero no vio  al principio a Emma; las ventanas estaban cerradas; por las junturas de las maderas el sol trazaba en el suelo grandes  rayas delgadas que se quebraban en el ángulo de los muebles y  temblaban  en el techo. Algunas moscas en la mesa subían por los vasos que habían servido en la cena, y zumbaban ahogándose en la sidra que había sobrado. La luz del día, que bajaba por la chimenea, aterciopelando el hollín, azulaba las cenizas frías. Entre la ventana. Entre la ventana y el hogar se hallaba Emma cosiendo. No llevaba pañuelo sobre los hombros, y  veíanse sobre sus espaldas desnudas asomar algunas  gotas de sudor. Según la costumbre campesina, le propuso beber alguna cosa. Rehusó, ella insistió, y al fin  le ofreció, riendo, beber un vaso de licor con ella. Fue pues, a buscar al armario una botella de curacao, llenó un vaso hasta los bordes y el otro puso muy poco y después de haber brindado, lo  llevó a sus labios. Como el vaso estaba casi vacío, se inclinó para beber y con la cabeza echada hacia atrás, los labios adelantados, se reía de que nada caía en su boca mientras lamia el fondo de su vaso.
Como no había los suficientes mozos de cuadra  para desenganchar todos los carruajes, sus propietarios se doblaban las mangas y ellos mismos lo hacían. Según sus diferentes posiciones sociales, llevaban levitas, gabanes, vestidos buenos y rodeados de toda la consideración de una familia y que no salían del armario más que en las grandes solemnidades. Algunos hombres ( y estos seguramente se hallaban destinados a comer en una punta de la mesa)= llevaban las blusas de ceremonia; es decir, con el cuello doblado sobre la espalda. La pechera fruncida en pequeños pliegues y el talle bajo sujeto por un cinturón cosido. Las camisas se levantaban sobre los pechos semejando corazas. Todo el mundo estaba recién pelado. Las orejas se tapaban de las cabezas; nadie había dejado de afeitarse, algunos que se habían levantado antes del alba, como lo habían hecho sin luz , tenían cortaduras diagonales debajo de la nariz a lo largo de las quijadas : peladuras de epidermis, anchas como una moneda el viento durante el camino, lo cual pintaba de manchas rosáceas aquellas caras blancas y satisfechas.  Encontrándose la alcaldía a una media legua de la granja, dirigiose a pie la  comitiva y volvió del mismo modo terminada la ceremonia en la iglesia. El cortejo unido primeramente  como una escarapela de color que ondulara por el campo; serpenteando por entre los trigos, se alargó primero y se dividió después en grupos diferentes que se retardaban hablando. El músico ambulante marchaba a la cabeza con un violín empenachado de cintas; los recién casados venían detrás; los padres y los amigos sin orden, y los niños los últimos. Divirtiéndose en arrancar  las espigas de las avenas o ene jugar sin que los viesen.

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