jueves, 22 de octubre de 2015

CERVANTES – Don Quijote de la Mancha capítulo XXX

No estaba tan maltrecho Sancho, que no oyera todo cuanto su amo le decía, y levantándose con un poco de presteza, se fue a poner detrás del palafrén de Dorotea, y desde allí dijo a su amo.
Dígame señor si vuestra merced tiene determinado de no casarse con esta gran princesa, claro está que no será el reino suyo: y no siéndolo. ¿ Que mercedes me puede hacer? Esto es de lo que yo me quejo; cásese vuestra merced  una por una con esta reina, ahora que la tenemos aquí como llovida del cielo, y  después puede volverse con mi señora Dulcinea, que reyes debe haber habido ene el mundo que hayan sido amancebados. En lo de la hermosura no me entremeto, que, en verdad si va a decirla, que entrambas me parece bien, puesto que yo nunca he visto a la señora Dulcinea. ¿ Como que no la has visto traidor blasfemo? – dijo don Quijote- Pues no Acabas de traerme ahora un recado de su parte? Digo que no la he visto tan despacio- dijo Sancho-, que pueda haber notado particularmente su hermosura y sus buenas partes punto por punto; pero así a bulto, me parece bien.
Ahora  te disculpo dijo don Quijote- , y perdóname el enojo que te he dado; que los  primeros movimientos que son en manos de los hombres- Ya yo lo veo- respondió Sancho-; y así en  mi la gana de hablar siempre es primero movimiento, y no puedo dejar de decir, por una vez siquiera, lo que me viene a la lengua. Con todo eso dijo don Quijote-, mira Sancho -, lo que hablas; porque 

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