viernes, 9 de octubre de 2015

CUARTA PARTE – CAPITULO XXVIII El Quijote.

-  Que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y barbero sucedió en la mesma Sierra. Felicisimos y venturosos fueron los tiempos donde se echó al mundo el audacísimo caballero don Quijote de la Mancha, pero por haber tenido tan hermosa determinación como fue el querer resucitar y volver al mundo la ya perdida y casi muerta orden de la andante caballería, gozamos ahora en nuestra edad, necesitada de alegres entretenimientos, no solo dela  dulzura de su verdadera historia, sino de los cuentos y episodios de ella, que en parte no son menos agradables y artificiosos y verdaderos que la misma historia; la cual, prosiguiendo su rastrillado, torcido y raspado hilo, cuanta que así como el cura comenzó a prevenirse para  consolar a Cardenio, lo impidió una voz que llegó a sus oídos, que , con tristes acentos decía de esta manera.
¡ Ay Dios ¡ ¡ Si será posible que he ya hallado lugar que pueda servir de escondida sepultura a la carga pesada deste cuerpo, que tana contra de mi voluntad sostengo. ¡ Si será, si la soledad que prometen estas sierras no me miente. ¡ Ay, desdichada, y cuán más agradable compañía harán estos riscos y malezas a mi intención, pues me darán lugar para que con quejas comunique mi desgracia al cielo que no la de ningún hombre humano, pues no hay ninguno en la tierra de quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivios en las quejas, ni remedio en los males ¡
Todas estas razones oyeron y percibieron el cura y los que con él estaban, y por parecerles, como ello era, que allí junto les decían, se levantaron a buscar el dueño, y no hubieron andado veinte pasos, cuando detrás de un peñasco vieron sentados al pié de un fresno a un mozo vestido como labrador, al  cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que  por allí corría, no se le pudieran ver por entonces; y ellos llegaron  con tanto silencio que del no fueron sentidos, ni el estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal qque entre las otras piedras del arroyo se habían nacido.

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