ALBERTO MORAVIA (Agostino) El primer impulso de Agostino, ante aquella visión, fue retirarse a toda prisa; pero de pronto este nuevo pensamiento. Es una mujer, lo detuvo con los dedos agarrados a la manija los ojos abiertos de par en par. Él sentía revelarse todo su antiguo ánimo filiar contra aquella inmovilidad, y obligarle a retroceder, pero el nuevo ánimo, aún tímido aunque ya fuerte, lo empujaba a fijar despiadadamente sus ojos indecisos allá donde el día anterior no hubiera osado levantarlos. Así, en este combate entre la repugnancia y la atracción. entre la sorpresa y la complacencia, se le aparecieron más firmes y nítidos los detalles del cuadro que contemplaba: el gesto de las piernas, la indolencia de la espalda, el perfil de las axilas ; y le pareció que respondían por completo a aquel nuevo sentimiento que no tenía necesidad de estas confirmaciones para señorear plenamente su fantasía. Precipitándose bruscamente del respeto y la reverencia al sentimiento contrario, casi hubiese querido que aquellas torpezas se convirtieran ante sus ojos en desvergüenzas, aquellas desnudeces en procacidades, aquella inconsciencia en desnudez culpable. De atónitos sus ojos pasaban a curiosos, llenos de una atención que le parecía casi científica y que, realmente, debía su falsa objetividad a la crueldad del sentimiento que la guiaba. Mientras en tanto la sangre se le subía retumbando a la cabeza, se repetía: Es una mujer,,,
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