lunes, 19 de enero de 2015

HALIL- GIBRAN (Alas Rotas)

Aquella tarde Selma era como una copa rebosante de vino celestial, espaciado con lo amargo y lo dulce de la vida. Sin saberlo, mi amada simbolizaba a todas las mujeres orientales, que no abandonan el hogar de sus padres hasta que les echan al cuello el pesado yugo del esposo, y que no salen de los amantes brazos de sus madres hasta que vas a vivir en calidad de esclavas a otro lugar, donde tienen que soportar los malos tratos de la suegra. Seguí mirando a Selma, y escuchando los gritos de su espíritu deprimido, y sufriendo junto con ella, hasta que sentí que el tiempo se había detenido, y que el universo había vuelto a la nada. Lo único que podía yo ver eran sus grandes ojos que me miraban fijamente, y lo único que podía sentir era su fría, y temblorosa mano, que apretaba la mía. Salí de mi letargo al oír que Selma decía con voz queda: Ven  amado mío, hablemos del hombre futuro antes de que llegue. Mi padre acaba de salir para ver al hombre que va a ser mi compañero hasta la muerte. Mi padre al que Dios escogió como autor de mis días, se entrevistará con el hombre que el mundo ha escogido para que sea mi amo por el resto de mis días.

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