sábado, 31 de enero de 2015

Selma.

Sin embargo se arrodillaba Selma todas las noches y pedía a Dios un hijo en quien encontrar compañía y consuelo… Oró hasta que el cielo oyó sus plegarias. Tal es la vida de los hombres, la vida de las naciones, la vida de soles, lunas y estrellas.
Pero el doctor inclinó la cabeza y su voz se quebró al decir: señora su hijo está muerto; tenga paciencia. Al oír estas palabras del médico, Selma dio un terrible grito. Luego permaneció inmóvil un momento y  sonrió, como con alegría. Su rostro se iluminó como si hubiera descubierto algo, y dijo dulcemente. Deme a mi hijo, quiero tenerlo cerca de mi aunque esté muerto. El médico le llevó el niño a Selma y se lo puso en los brazos. Selma lo abrazó, luego volvió el rostro a la pared, y le habló a su hijo en estos términos: Hijo mío, has venido por mí; has venido a mostrarme el camino que conduce a la playa. Aquí estoy hijo mío;  llévame y salgamos de esta oscura cueva. Y un minuto después, un rayo de sol penetró entre las cortinas de  las ventanas e iluminó dos cuerpos inmóviles, que yacían en la cama, custodiados por la profunda dignidad del silencio y  protegidos por las alas de  la muerte. . El médico salió de la habitación con lágrimas en los ojos, y cuando llegó a la gran sala, la  celebración se convirtió en un  funeral; pero Mansour  nunca pronunció una palabra de lamento, ni derramó una sola lágrima, se quedó  como una estatua con una copa de vino en la mano derecha. 
Al día siguiente Selma fue amortajada con su blanco vestido de novia y puestas en un  ataúd: la amortaja del niño  fueron sus pañales  de seda: su ataúd los brazos de su madre; su tumba,  el calmado pecho que no le alimentó. Eran dos  cuerpos en un solo ataúd, y seguí reverentemente el cortejo que acompañó  a Selma y a su hijo hasta su último reposo. Al llegar  al cementerio, el obispo empezó a cantar los salmos funerarios, mientras los demás sacerdotes oraban y en los indiferentes rostros de todos ellos vi un

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