viernes, 6 de noviembre de 2015

Gustavo Adolfo Bécquer

¿Donde está el escudero favorito del Conde de Gómara?, y mi señor callará con vergüenza, y sus pajes y sus bufones dirán en son de mofas: El escudero del conde no es más que un galán de justas, un lidiador de cortesía.
Al llegar a este punto. Margarita  levantó sus ojos, llenos de lágrimas, para fijarlos en los de su amante, y removió los labios como para dirigirle la palabra; pero su voz se ahogó en un sollozo.
Pedro, con acento aun más dulce y persuasivo, prosiguió así:
No llores, por Dios, Margarita: no llores, porque tus lágrimas me hacen daño. Voy a alejarme de ti; mas  yo volveré después de haber conseguido un poco de gloria para mi nombre oscuro. El cielo nos ayudará en la santa empresa. Conquistaremos Sevilla, y el rey nos feudos en la riberas del Guadalquivir a los conquistadores. Entonces volveré en tu busca y nos iremos juntos a habitar en a que el paraíso de los árabes, donde dicen  que hasta el cielo es más limpio y más azul que el de Castilla; volveré te lo juro; volveré a cumplir la palabra solemnemente empeñada el día que puse en tus manos ese anillo, símbolo de una promesa.

¡Pedro! Exclamó entonces Margarita, dominando su emoción y con voz resuelta y firme- Vé a mantener tu honra- y al pronunciar estas palabras se arrojó por última vez en brazos de su amante. Después añadió, con acento más sordo y conmovido- Ve a mantener tu honra; pero vuelve… vuelve a traerme la mía.
Pedro besó la frente de Margarita, desató su caballo, que estaba sujeto a uno de los arboles del soto y se alejó al galope por el fondo de la alameda.

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