jueves, 26 de noviembre de 2015

MIGUEL DELIBES – (La contradicción )

Tenia rojo lo  blanco de los ojos y al abrirlos observó, abrumado, las paredes y los muebles. La blancura de la salita le deslumbraba.  Sor Matilde se  aproximó suavemente a su lecho: Hijo ¿ Estas mejor? Él hizo un esfuerzo desmedrado y de sus labios exangües surgió un gruñido. Se los humedeció con la punta de la lengua y gruñó de nuevo. Miraba a la monja con los rojos de los ojos en lugar de con las pupilas, como los perros díscolos cuando comen. Dijo Sor Matilde:
Aguarda voy a avisar. Él era todavía un muchacho que antes de ser arrollado se estremecía escuchando el paso doble El valiente. Luego no, porque sentía  el pecho como si tuviera descansando sobre él una apisonadora, y de cuando en cuando le asaltaba la impresión de que las costillas de delante se juntaban con las de atrás y le estrujaban los pulmones. A veces pensaba que en su  pecho había  una inscripción; carga 3,OOO kilogramos. El médico le previno una hora antes a sor Matilde <cuatro costillas fracturadas. Probable fractura de la base del cráneo. Conmoción visceral. Pronostico muy grave.> El muchachito no experimentaría ahora ninguna emoción alguna escuchando  los compases del valiente. Solo apetecía que la apisonadora se apease de su pecho, poder respirar. Dijo. Un momento madre. Sor Matilde sonrió hacia arriba. Formaban  sus labios un hociquillo extravagante al tratar de sonreír. Se acercó a él y le tocó la frente con extremada delicadeza. No soy madre soy hermana.Bueno sor Matilde… Yo  tuve una hermana que quiso ser hermana como usted. Era Modes, la segunda no tenia seis años y me dijo un día <<Yo quiero ser monja, ¿ me comprende o no? Sor Matilde sonrió alzando el labio superior.Tomó una mano del enfermo y la buscó el latido del pulso. No lo encontraba y cerró la boca con un gesto contrariado. Al hacerlo se dibujaba  más relevante la curva de su mandíbula. No era duro su rostro, empero. Sus ojos desbordaban una alegría rutilante.La superiora  le decía. Esos ojos  sor Matilde , esos ojos Bendito sea el nombre del señor, pero ella sentía una curiosidad invencible por las cosas de fuera..No acertaba a remediarlo. Mi curiosidad se la ofrendo a Dios, solía decirse en los momentos de recogimiento. Ahora miraba al muchacho compasivamente.Le imbuía una suerte de estupor constatar de debilidad, casi imperceptible, del pulso.

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