jueves, 17 de diciembre de 2015

Madame Bovary (Gustave Flaubert)

Lejos de fastidiarse en el convento durante la primera época, le agradaba la compañía de las buenas monjas, que, para divertirla, la conducían a la capilla, a donde se penetraba dede el refectorio por un largo corredor. Jugaba a muy poco durante las horas de recreo, comprendía bien el catecismo.
Siempre era ella la que respondía a las preguntas más difíciles  del vicario. Viviendo pues, sin salir  nunca de la tibia atmósfera de las clases, y entre aquellas mujeres de cutis pálido que llevaban rosarios con cruz de cobre, se adormeció dulcemente a la mística languidez que se exhalaba de los perfumes del altar, de la frescura de las pilas de agua bendita y el  resplandor de los cirios.  En lugar de oír con atención la misa, miraba en su libro las viñetas piadosas pintadas de azul, y amaba al cordero enfermo, al sagrado corazón atravesado por agudas flechas, y al pobre Jesús que cae bajo el peso de su cruz. Intentó para mortificarse, permanecer todo un día sin comer y buscó en su imaginación algún voto extraño que cumplir.
Cuando iba a confesarse inventaba pecadillos, a fin de estarse más tiempo de rodillas ene la sombra, con las manos juntas y el rostro pegado a la rejilla, bajo el murmullo de las palabras del cura. Las comparaciones místicas de prometida esposa, amante celeste y matrimonio eterno, que se usan en todos los sermones, excitaban en el fondo de su alma dulzuras inesperadas. Por la noche, antes de rezar, había en la sala de estudio lectura religiosa; solía ser un resumen de la historia sagrada, o las conferencias del avate Frayssinous; esto durante la semana, y el domingo, como recreo, algún trozo del Genio del Cristianismo. ! Como escuchó por vez primera la lamentación sonoras de las melancolías románticas, repitiéndose en todos los ecos de la tierra y de la eternidad!  Si su infancia hubiera transcurrido en la trastienda de algún  almacenista o comerciante, tal vez se hubiera abierto entonces su alma a las invasiones líricas de la naturaleza, que por lo común no nos llegan más que por medio de la traducción de los escritores; pero ella conocía demasiado el campo el balido de los ganados, el ruido de las carretas. Habituada a los aspectos tranquilos, buscaba, por el contrario, los accidentados. No le gustaba el mar sino por sus tempestades, y  la vegetación solamente cuando asomaba entre las ruinas. Necesitaba sacar de las cosas una especie de provecho personal, y rechazaba como inútil todo cuanto no contribuía al alimento inmediato de su corazón, siendo de temperamento más sentimental que artista, buscando siempre emociones y nunca paisajes.
Habia e n el convento una vieja solterona  que acudía ocho días al mes a trabajar en la ropa blanca, protegida por el arzobispo por pertenecer a una antigua familia de nobles arruinados en la revolución; comía en el refectorio en compañía de las monjas,y después de la comida charlaba algo con ellas antes de volver a emprender su trabajo, y a menudo las educandas se escapaban del estudio para ir a verla. Sabía de memoria las canciones galantes del siglo pasado.


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