viernes, 22 de enero de 2016

GABRIEL GARCIA MARQUEZ

Parecía  un ídolo fluvial, impávida dentro del vestido negro, con los ojos de culebra y la rosa en la oreja, Mucho tiempo atrás en una playa solitaria de Haití donde ambos yacían desnudos después del amor, Jeremiah de Saint. Amor había suspirado de pronto: Nunca seré viejo. Ella lo interpretó como un propósito heroico de luchar sin cuartel contra los estragos del tiempo, pero él fue más explícito: tenia la determinación irrevocable de quitarse la vida a los sesenta años.
Los había cumplido, en efecto, y  entonces había fijado como plazo último la  víspera de Pentecostés, que era la fiesta mayor de la ciudad consagradas al culto del Espíritu Santo.
Anoche cuando lo dejé solo ya no era de este mundo. Había querido llevarse al perro, pero él lo contempló adormilado junto a las muletas y lo acarició  con la punta de los dedos. 

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