lunes, 18 de enero de 2016

OCTAVIO PAZ – (Arenas movedizas)

Juan se queda pensativo  con un gesto desecha las malas ideas; se asoma al balcón, se retira; se pasea;  vuelve al balcón; decidido da un salto y cae en el jardín. Examina con curiosidad y desconfianza las plantas. Todos sus movimientos son de un intruso, y, al mismo tiempo de un hombre que esquiva peligros visibles. Se inclina  sobre una flor. En ese momento a su espalda, aparece Beatriz. ¡Buenos días! Veo  que también a nuestro vecino le interesan las flores y las plantas,  no sé como hacerme perdonar mi atrevimiento. No soy un malhechor, la verdad es que me sentí fascinado por esta vegetación insólita: no pude resistir la tentación, casi sin pensarlo di un salto…¿ y aquí estoy?  No se disculpe comprendo su curiosidad y estoy segura de que mi padre tampoco la reprobaría. Para él la curiosidad es la madre de la ciencia. No quisiera engañarla, No me interesa la botánica, ni me quitan el sueño los enigmas de la naturaleza. Vine a Padua para estudiar jurisprudencia: el azar nos hizo vecinos y ayer la vi. ¿Se acuerda? Paseando entre todas estas plantas. Entonces descubrí mi verdadera vocación. Confieso que no lo entiendo bien ¿ la sola vista del jardín le descubrió su vocación?  Mi padre se sentirá muy orgulloso. No, no es el jardín. Al verla entre tanta planta desconocida la reconocí, familiar como una flor y, no obstante, remota. La vida brotando entre las rocas de un desierto, con la misma sencillez con que la vida nos sorprende cada año. Todo mi ser empezó a cubrirse de hojas verdes. Mi cabeza en vez de ser esta triste maquina que produce confusos pensamientos se convirtió en un lago. Desde entonces no pienso: reflejo. Abra los ojos o los cierre, no veo otra cosa que su imagen.

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