lunes, 25 de enero de 2016

MADAME BOVARY- Gustave Flaubert-

Pensaba algunas veces que aquellos eran, no obstante, los más hermosos días de mi vida; la luna de miel, como decía. Para gustar su dulzura hubiera hecho falta indudablemente irse hacia esos países de nombres sonoros, donde los días siguientes al matrimonio  tienen las más suaves languideces. En las sillas de posta, bajo las cortinas de seda azul se suben al paso caminos escarpados oyendo la canción del postillón que se repite en la montaña con las esquilas de las cabras y el ruido sordo de la cascada. Cuando el sol se pone, se respira al borde de los golfos el perfume de los limoneros, después por la noche, sobre la terraza de las  villas, solos y con los dedos entrelazados se mira a las estrellas haciendo proyectos. Le parecía que ciertos lugares de la tierra debían producir felicidad como una planta particular de aquel suelo, y que hubiera crecido  mal en cualquiera otra parte. ¡Que no pudiese ella ponerse de pechos al balcón de los chalets suizos, o encerrar su tristeza en una cabaña escocesa con un marido vestido con chaqueta de terciopelo negro de largos faldones, y que llevara amplias botas, un sombrero puntiagudo y encajes en las mangas! Tal vez hubiera deseado hacer a cualquiera la confidencia de todas estas cosas; pero, ¿cómo expresar un mal incomprensible, que cambia de aspecto como las nubes, que se arremolina como el viento.

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