martes, 5 de enero de 2016

Julie de Chaverny.

Julie de Chaverny se había casado hacia unos seis años y desde hacia aproximadamente cinco años y seis meses era consciente no solo de la imposibilidad de amar a su marido, sino también de la dificultad de sentir por él alguna estima.
Chaverny no era un hombre grosero, tampoco un bruto ni un necio, pero había algo en él de todo esto, Julie recordaba que antes su marido le parecía un hombre amable y cortés, pero ahora lo aborrecía. Le resultaba repulsivo. Su manera de comer, de tomar café, de hablar, le  crispaba los nervios. Sólo se veían y hablaban en la mesa, porque almorzaban juntos varias veces por semana, lo suficiente para ir aumentando la adversión de Julie.
Chaverny era un hombre bastante bien parecido, quizá un poco grueso para su edad, de tez fresca, sanguíneo y refractario por temperamento a esas vagas inquietudes que atormentan con frecuencia a las personas con imaginación. Creía que su mujer sentía por él una  dulce amistad ( era lo suficiente inteligente para no creerse amado como el primer día de su matrimonio), y esta seguridad no le producía ni dolor ni placer ya que también se hubiera acomodado a lo contrario. Durante años sirvió en un regimiento de caballería, pero cuando heredó una considerable fortuna abandonó la vida del cuartel, presentó la dimisión y se casó. Resulta difícil explicar como llegaron a casarse estas dos personas que no tenían nada en común. Por un lado, abuelos y personajes oficiosos que, como Frosina, casarían a la república de Venecia con el gran turco, se movieron para arreglar  un matrimonio de interés y, por el otro, como Chaverny  pertenecía a una buena familia, entonces no estaba demasiado gordo, era de carácter alegre y era un buen chico, en toda la aceptación de la palabra. Julie lo recibió con gusto en casa de su madre. La hacia reír contándole anécdotas del regimiento. Le resultaba simpático porque bailaba con ella.

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