martes, 2 de febrero de 2016

Eduardo Mendoza

Para combatir la depresión me como los churros que dejé anoche y salgo de casa sin lavarme los dientes. Me persono en la catedral con la intención de ofrecer un cirio a Santa Rita para que vuelva Gurb, pero al acercarme al altar, tropiezo con el cirio prendo fuego al lienzo que lo cubre. El siniestro es sofocado fácilmente, pero no antes de que resulten fritas dos ocas del claustro. Mal presagio. Saliendo de la catedral entro en un bar y desayuno (los churros de antes no cuentan) dos huevos fritos con morcilla, tasajo y berberechos. Para beber, cerveza (un tanque), Este piscolabis debería animarme, pero lejos de ello, su deglución me trae el recuerdo de la señora Mercedes, que a estas horas debe de estar siendo intervenida. Prometo ir a Montserrat a pié (sin desintegrarme) si sale con bien del trance. Bajo paseando por las Ramblas, me meto por algunas calles laterales. En esta parte de la ciudad la gente es variopinta y bastaría su sola contemplación para saber que Barcelona es puerto de mar aunque no lo fuera. Aqui confluyen razas de todo el mundo (y también de otros mundos, si se me incluye a mi en el censo). Es el poso de la historia el que ha formado este barrio y el que ahora lo nutre con sus polluelos, uno de los cuales, dicho sea de paso acaba de chorizarme la cartera.

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