lunes, 29 de febrero de 2016

La hija de Rappaccini

Una vez en su habitación fue a sentarse cerca de la ventana , pero en la sombra que arrojaba la pared, de modo que podía mirar al jardín con poco riesgo de ser descubierto  Todo lo que tenia ante los ojos estaba en soledad. Las extrañas plantas se calentaban al sol y, de cuando en cuando, se inclinaban ligeramente saludándose entre si con  un gesto de simpatía o familiaridad. En medio de ellas, en la fuente despedazada, crecía el magnifico arbusto cubierto de piedras preciosas de color púrpura. Las flores relucían en el aire y se reflejaban en el fondo del estanque que parecía desbordarse con el color u la luz de que se hallaba impregnado. Al comienzo, como hemos dicho el jardín estaba en soledad. Pronto, sin embargo-tal como Giovanni lo deseaba y lo temía, a un tiempo- apareció bajo el antiguo portal esculpido una persona , que se acercó entre las hileras de plantas, aspirando sus perfumes, como uno de esos personajes de la vieja leyenda clásica que se alimentan de olores suaves. Al ver a Beatrice, el joven se sorprendió de que su belleza fuera tan superior a la memoria que guardaba de ella; era tan brillante tan vivida, que resplandecía a la luz del sol y Giovanni murmuró para si que iluminaba los recodos más oscuros del sendero.

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