viernes, 5 de febrero de 2016

J.M.Coetzcee

Por detrás del garaje pasa un callejón, tal vez te acuerdes, a veces jugabas allí con tus amigos. Ahora es un sitio desierto y abandonado, donde se acumulan y se pudren las hojas que arrastra el viento.. Ayer, al final de ese callejón, me encontré una casa hecha de cajas de cartón y plásticos con un hombre encogido dentro, un hombre al que ya había visto por las calles, alto, delgado, con la piel curtida por la intemperie y unos colmillos largos y cariados, vestido con un traje gris holgado y un sombrero de ala caída. Llevaba el sombrero puesto y estaba durmiendo con el ala doblada por debajo de la oreja. Un marginado, uno de los marginados que rondan por los aparcamientos dela calle Mill, y piden dinero a la gente que  va de compras, beben bajo los pasos elevados y comen de los cubos de basura. Una de las personas sin hogar para las que agosto, el mes de las lluvias, es el peor mes. Dormido en su caja, con las piernas extendidas como una marioneta, boquiabierto. Lo rodeaba un olor desagradable: orina, vino dulce, ropa húmeda y algo más. Algo sucio .Me quedé un rato mirándolo,  observando y oliendo. Un visitante llegado para castigarme, precisamente en un día como ayer. Ayer fue también cuando el doctor me dio la noticia. No podía rechazarla. Tenia que cogerla en brazos y apretármela contra el pecho y llevármela a casa, sin lágrimas. Gracias doctor por su sinceridad. Haremos lo que podamos. Pero en aquel mismo momento, tras la fachada de camaradería vi que ya empezaba a alejarse. Debía su lealtad a los vivos no a los muertos. Solamente empecé a temblar cuando salí del coche. Después de cerrar la puerta del garaje me tiritaba todo el cuerpo; para recuperarme tuve que apretar los dientes y agarrar el bolso con fuerza. Fue entonces cuando vi la caja y lo vi a él.¿ Que está haciendo aquí? Oyendo la irritación de mi voz pero sin controlarla. No puede quedarse, tiene que irse. No se movió tirado en su refugio, levantó la vista, me examinó las medias de invierno, el abrigo azul, la falda cuya caída nunca me ha quedado bien. Sacó una bolsa y cerró la cremallera. Dejando detrás un olor a orina, pasó frente a mi, los pantalones se le caían y tiró de ellos hacia arriba. Yo esperé hasta estar seguro de que se había marchado.

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