Detrás del garaje, el refugio volvía a estar montado, con el plástico negro extendido por encima. En el interior estaba tumbado el hombre con las piernas encogidas y a su lado un perro que levantó las orejas y se puso a menear el rabo. Un collie joven pero más que un cachorro negro con manchas blancas. Nada de fuegos le dije. ¿ lo entiende? No quiero fuegos, no quiero lios. Se incorporó frotándose los tobillos desnudos, mirando a su alrededor como si no supiera donde estaba. Una cara de caballo, demacrada por los elementos y con la hinchazón alrededor de los ojos característica de los alcohólicos, Unos extraños ojos verdes enfermos. ¿Quiere comer algo? Le dije- Me siguió a la cocina, con el perro siguiendo sus pasos, y esperó mientras yo le preparaba un sándwich. Le dio un vacado, pero luego pareció olvidarse de masticar. Se quedó apoyado en la puerta con la boca llena; la luz se le reflejaba en los ojos verdes inexpresivos y el perro gemía suavemente. Tengo que limpiar le dije con impaciencia, e hice el gesto de cerrarle la puerta. Se marchó sin un murmullo, pero antes de que doblara la esquina estoy segura de que le vi tirar el sándwich y de que el perro corría a recogerlo.
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