lunes, 23 de febrero de 2015

J.M.COETZEE (Hombre lento)

Ah, ¿es usted esa Elizabeth Costello? Lo siento estaba despìstado. Perdóneme.
No hay nada que perdonar- Ella se levanta con esfuerzo de las profundidades del sofá- Vamos al grano? Nunca ha hecho esto antes, señor Rayment.  ¿ Quiere darme  su mano? Él se queda un momento confuso ¿ Darle la mano? Ella tiende su mano derecha y él se la toma. Por un instante la mano femenina regordeta y más bien fría descansa en la suya, que él percibe con desagrado que ha adoptado ese matiz lívido de cuando ha estado demasiado tiempo inactivo.
Bien-dice ella- Soy un poco incrédula, como santo Tomás, ya lo ve- Y como él parece perplejo, añade. Me refiero a que quiero explorar por mi misma qué clase de ser es usted. Quiero estar segura-continúa ella, y ahora realmente él no puede seguirla-de que nuestros dos cuerpos no se van a atravesar. Ingenuo, por supuesto. . Ninguno de nosotros es un fantasma.¿ porqué había de  pensar algo así ?  Examina el rostro de él. ¿Quien es esta loca que he dejado entrar en mi casa? ¿Como voy a librarme de ella? ¿Y cual es la respuesta a su pregunta? ¿Quién  soy yo para usted? Usted vino a mi dice ella. Supone que es el único hombre. Pero la mujer  parece haber perdido todo interés en su pregunta. El se levanta y apoyándose en una muleta, la  coge del brazo. El cojo guardando al cojo, piensa, A través de sus medias él percibe las venillas azuladas de sus pantorrillas, bastante maltrechas, no se preocupe por mi dice ella. Ojalá fuera así de sencillo dice ella, en voz tan baja él apenas capta sus palabras. El sol se está poniendo. Se quedan callados y, como un viejo matrimonio que declara una tregua, permanecen un rato sentados escuchando el ulular vespertino de las aves en los arboles.

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