sábado, 21 de febrero de 2015

LEOPOLDO ALAS CLARIN” Y juntos en mi barquilla –

Un ruido en la maleza que llegó a oir  cuando ya estuvo muy próximo, la hizo callar como un pájaro sorprendido en sus  soledades; se puso de pié miró hacia arriba  y vio delante de si un guapo mozo, como de treinta años a treinta y cinco, moreno, fuerte, de mucha barba, y vestido aunque con descuido de cazadora y hongo flexible, y pantalón demasiado ancho- con  ropa que debía de ser buena y elegante, en fin le pareció un joven de la corte,. A pesar del desaliño. Colgada de una correa pendiente del hombro, traía una caja. Se miraban en silencio, los dos parados. Doña Berta conoció que por fin el desconocido la saludabas, y sin oírle, contestó inclinando la cabeza. Ella no tenía miedo, ¿por qué? Pero estaba pasmada y un poco contrariada. Un señorito tan señorito, tan de lejos. ¿como había ido a parar al bosque de Susacasa? ¡Si por allí no se iba a ninguna parte! ¡Si aquello  era el finibusterre del ¡ La ofendía un poco un viajero que atravesaba sus  dominios. Llegaron  a explicarse. Ella sin rodeos, le dijo que era sorda, y el ama de todo aquello que veía. ¿Y él? ¿Quien era él? ¿Que hacia por allí?  Aunque el recibimiento no fue muy cortés ambos estaban comprendiendo que simpatizaban; ella comprendió más: que aquel señorito la estaba admirando. A las pocas palabras hablaron como buenos amigos; la exquisita amabilidad de ambos se sobrepuso a las asperezas del recelo, y cuando minutos después entraban por el postigo en la huerta , ya sabia doña Berta quien era aquel hombre. Era un pintor ilustre que, mientras dejaba en Madrid su última obra maestra colgada donde la estaba admirando media España, y dejaba a la critica ocupada en cantar las alabanzas de su paleta, huía del incienso y del estrépito, y a solas con su musa, la soledad, recorría  los valles y vericuetos asturianos sus amores  del estío, en busca de efectos de luz, de matices del verde de la tierra y de los grises del  cielo.

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