martes, 12 de mayo de 2015

Alberto Moravia -Agostino-

Agostino descolgó el bolso de la percha, hurgó en él y extrajo las dos cajetillas, que, como inseguro de la cantidad que el otro deseaba, mostró al muchacho. Cojo las dos-  dijo el otro con desenvoltura, agarrando los paquetes. Miró la marca, chasqueó la lengua en señal de aprecio y añadió. Oye tú debes de ser rico. Agostino no supo que contestar. El chico prosiguió-Yo me llamo Berto, y tú. Agostino dijo su nombre, pero el otro ya no le prestaba atención. Una vez abierta con dedos impacientes una de las cajetillas y  rotos los precintos de la envoltura de cartón, tomaba un cigarrillo y se lo llevaba a los labios. Luego extrajo del bolsillo una cerilla de cocina, la encendió frotándola contra la pared de la cabina y, habiendo exhalado una bocanada de humo, se asomó de nuevo con cautela a la abertura de la puerta. Anda vamos – dijo al cabo de un momento, haciendo una señal a Agostino para que lo siguiera. Uno tras otro salieron de la cabina. En la playa Berro se apresuró hacia la parte del paseo, detrás de la hilera de cabinas.  Caminando sobre la arena ardiendo entre las matas de retama y cardos dijo  Ahora vamos a la guarida….Igual aquellos han pasado y me están  buscando más abajo.¿ Donde está la guarida?-preguntó Agostino. En los baños Vespucci contestó el chico. Sostenía el cigarrillo con gesto presuntuoso, entre dos dedos: como alardeando y aspiraba largas bocanadas con obstinada voluptuosidad. Y dirigiéndose a Agostino. ¿Tú no fumas ?


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